Eran casi las tres de  la tarde de ese día eterno en la casa de la familia Morales Troya.  Miguel esperaba el regreso de sus hijos y los esperaba con más ansias para quitarle  ese mal genio que le había visto desde la mañana a su mujer, pensó que al ver sano y salvo  a los niños, volvería a ser la de siempre. Eso pensaba cuando  sonó su celular anunciando llamada de Kaleth, era  su número el que aparecía en la pantalla.

Desde el momento en que Miguel Morales recibió esa llamada, donde una mujer sin identificar le avisaba desde el teléfono  de su hijo,  que los dos chicos estaban tirado en una carretera del Magdalena, accidentados, su vida se partió en pedazos. Lo único que alcanzó a  gritar  en medio del llanto con las manos en la cabeza fue”: a mis hijos no, Dios a mis hijos nooo”. Ese grito penetró el todo de su esposa, hiriendo a  fondo el dolor que ya estaba alojado desde el amanecer en el alma de su alma.

Inmediatamente se comunicaron con amigos, familiares y allegados del Cesar; Magdalena y  Bolívar,  para que todos acudieran al sitio  y no perderle tiempo a los muchachos, mientras ellos les daban alcance.

Sin esperanza
Así se conformó una red de comunicaciones entre los amigos que llegaron primero, al puesto de salud  donde fueron  llevados los Morales  y los padres que ya iban en carretera.

Al tiempo que viajaban les iban informando del estado de salud de sus hijos. Primero les contaron que Kaleth  luego del accidente quedó consciente  y gritaba “Ay mi mami, me duele el brazo” y además pedía “ ahí está mi celular, avísenle a mi mami y no dejen morir a mi hermanito”. También les contaron que Keiner  no reacionaba y parecía el  más grave de los dos.

Mas adelante se enteraron que Keiner cayó muy lejos en la primera vuelta del carro y no eran visibles desde la carretera,  por eso nadie los veía.

Alguien más les llamó para contarles, que fue una mujer la primera que los encontró, una valiente mujer que  aún no conocen y que fue la que cargó a kalet para meterlo en un Bus de la línea 'Cóndor', conducido por Manuel  Jiménez.

Entre más avanzaba el  largo viaje las noticias eran menos alentadoras.  En una última llamada antes de perderse la señal en los Montes de María, cuando ya caía la noche, se enteraron que Kaleth había perdido el conocimiento y estaba  en coma.

Esa noticia no agarró por sorpresa a Nevis, ya lo sabía, minutos antes en una visión con los ojos cerrados lo percibió todo. Vio a kalet al frente suyo, vestido de blanco que le decía adiós con la mano. Y  un señor que para ella siempre fue  Dios, con sonrisa en los labios, una  sonrisa que aun la mortifica por que en su compresible dolor de madre pensaba que Dios se burlaba de  ella.  Hoy mientras analiza el momento por primera vez,  entiende  que esa sonrisa era sólo por que se llevaba a  su ángel, para alegrar los cielos con coros celestiales. Para mitigar aún más su pena se dice “mi niño debe estar cantando lindo allá”.

De frente al dolor
Cuando llegaron al Hospital Universitario de Cartagena, eran casi las once  de la noche de ese lunes 23 de agosto, horas  antes, habían ingresado a sus dos retoños. La romería  de gente  y medios de comunicación en la puerta del centro asistencial era interminable.
Inmediatamente los condujeron a la sala donde los médicos realizaban los primeros  procedimientos a los muchachos, para  evaluar el verdadero estado de ambos. Nevis se fue a una camilla donde tenían a Kaleth y le levantó la sabana para revisar el cuerpo de su hijo, no encontró herida alguna, sólo un pequeño raspón en una mejilla.  Sin que nadie se lo dijera, ahí también sintió que  ya su niño no pertenecía a este mundo.

Nuca faltó una buena  atención en el Hospital para ambos muchachos por parte  del  personal médico, y así lo reconocen los padres.  Haciendo claridad en eso, igual  piensan, que  lo que mató a Kaleth fue la demora en la atención, por el tiempo que se perdió en su traslado hasta Cartagena, ya que faltaron los elementos necesarios para atender un caso tan grave como ese. “Por ejemplo faltó un ventilador a la hora que entró en coma, los médicos que les prestaron los primeros auxilios, hicieron todo lo que pudieron pero no contaron con otros mecanismos para ayudar a reanimarlo en  el largo viaje y  sólo venían bombeándolo”. Afirmó Nevis.

“Siempre  supe que Kaleth estaba muerto, cuando  nos dijeron que tenía muerte cerebral, mi hijo ya había muerto. Lo que le daba signos vitales eran los aparatos. Mi corazón me avisó cuando él partió y en ese momento se despidió de mí”, recuerda Nevis Troya, con su rostro bañado por el llanto.

 




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